Al
queridísimo hijo en Cristo Fernando y a la queridísima hija en Cristo Isabel,
ilustres reyes de Castilla, León, Aragón y Granada, salud (…). Hemos sabido que
sois reyes y príncipes verdaderamente católicos, como siempre supimos que erais
y como lo demuestran a casi todo el mundo vuestras obras conocidísimas (…) como
lo atestigua en la actualidad la reconquista del reino de Granada de la tiranía
de los sarracenos, hecha con tanta gloria para el Nombre de Dios.
Nos
hemos enterado en efecto que desde hace algún tiempo os habíais propuesto
buscar y encontrar unas tierras e islas remotas
y desconocidas (…) habéis enviado al amado hijo Cristóbal Colón con navíos y
con hombres convenientemente preparados, y no sin grandes trabajos, peligros y
gastos (…)
Severamente
prohibimos a cualquiera personas, sean de cualquier orden o condición, bajo
pena de excomunión (…) que no pretendan ir a las islas y tierras firmes,
halladas y que se hallaren, descubiertas y por descubrir, hacia el Occidente y
mediodía, fabricando y construyendo una línea desde el Polo Artico al Antártico
(…), la cual línea diste de cualquiera de las islas que vulgarmente llaman las
Azores y Cabo Verde cien leguas hacia el Occidente y Mediodía (…). Y porque
también algunos Reyes de Portugal descubrieron y adquirieron en las regiones de
Africa, Guinea y Mina de Oro otras islas, igualmente por apostólica concesión
hecha a ellos, (…), Nos os concedemos a vosotros y a vuestros herederos y
sucesores mencionados, que en las islas y tierras descubiertas por vosotros y
que se descubrieren podáis y debáis poseer y gozar libre y lícitamente de todas
y cada uno de los privilegios.
Por
consiguiente, ningún humano use infringir este documento de nuestra
encomendación. Y si alguno presumiere intentarlo, sepa que ha incurrido en la
indignación de Dios omnipotente y de sus apóstoles San Pedro y San Pablo.
Dado en
Roma, en San Pedro, en el año de la Encarnación del Señor mil cuatrocientos noventa y
tres, el día cuatro de mayo, de nuestro año primero de Pontificado.
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